lunes, 27 de septiembre de 2010

Por qué Facebook y Twitter no me caen del todo bien

Me encanta coleccionar objetos de momentos importantes en mi vida y cosas interesantes que quiero volver a recordar en el futuro. Apariciones en el semanario Búsqueda, fotos de carreras callejeras de cuando iba con mis papis, entradas de cine de películas que me impactaron, dibujos de pistas de carreras hechos hace añares, titulares ridículos de La República, lo que sea.

Por eso me gustan las computadoras, porque me permiten conservar infinidades de archivos viejísimos en perfectas condiciones y poquísimo espacio durante años. De hecho, suelo coleccionar contribuciones a foros de internet. Pero hay casos donde no puedo hacer eso. Facebook y Twitter son dos ejemplos.

Los de Twitter dicen que cada mensajito está bien guardado y eventualmente los usuarios van a poder recuperarlos. Espero que así sea. Mientras, apenas podemos recorrer las últimas decenas de frases publicadas.

Sin embargo, dudo que Facebook siga esa política. Es más, ni siquiera ofrece un sistema sencillo donde ver lo que uno publica como sí pasa en foros. Los muros personales no mencionan los comentarios hechos en otras páginas, por ejemplo. Y no hay tercer buscador que pueda penetrar el muro de protección del sistema. Lo que uno dice en Facebook, pronto se esfuma para siempre.

Me cuesta aceptar eso en otros ámbitos. Algunos artistas idolatran lo efímero de sus obras, como los graffiti y las canciones de fogón. Pero que ciertas actividades tengan esa cualidad en el mundo informático me parece de criminalidad lesahumanística.

martes, 21 de septiembre de 2010

Así se vive la IndyCar en Japón

Los japoneses son únicos. Entre otras cosas, viven el deporte profesional de una manera distinta a los occidentales. Si no me creen, disfruten de estas dos postales de la visita de la IndyCar al óvalo de Motegi.

Minutos antes de la carrera, la pista tuvo un visitante inesperado (o lo contrario.)

El anuncio de encendido de motores de Tomikazu Fukuda, el gobernador de la prefectura de Tochigi (donde queda Motegi) es sencillamente espeluznante. La escucho y creo que miles de ninjas van a reventar a todo el público y todos los autos con katanas de quién sabe cuál dinastía.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Sos un dulce, sos un amargo

Acá va un homenaje autitista al programa de televisión Peter Capusotto.

- o -

- ¿Qué querés? - preguntó el mozo.
- Quiero unas tostadas - respondió tristemente el emo.
- ¿De pan blanco o salvado?
- ...Blanco.
- ¿Con manteca o dulce?
- Eh... dulce.
- ¿Dulce de leche o de membrillo?
- No, quiero dulce de pomelo.
- No hay.
- ¿Cómo que no hay? - empezó a angustiarse el emo.
- No tenemos. Sólo hay dulce de membrillo y dulce de leche.
- Quiero tostadas blancas con dulce de pomelo.
- No hay - sentenció el mozo.
- Quiero de pomelo...

El emo se levantó de la silla, se alejó de las mesas al aire libre y entró preocupado a un hipermercado. Miraba alrededor.

- Cuántos productos. Cada uno es una cápsula rotulada con felicidad, pero sólo ofrece deseo de consumir más productos. El mundo precisa que consumamos para que podamos consumir. ¿Qué fue primero, el consumo o el deseo de consumir?

El emo recorría los pasillos buscando su producto. Al fin apareció la sección de golosinas y dulces. Miró los estantes, pero no encontraba lo que quería. Se acercó tímidamente a una reponedora.

- Hola. Quiero dulce de pomelo.
- Eh... no creo que vendamos. Mirá, hay de membrillo, de batata, de frutilla, de durazno, dulce de leche, mermelada light...
- ¡Quiero dulce de pomelo! - exclamó deseperadamente el emo.
- No, no tenemos. Capaz que en un almacén encontrás dulces caseros - sugirió desinteresadamente la reponedora.
- ¡Quiero pomelooo...! - lloraba desconsoladamente el emo.
- ¡Quién me quiere! Todos me quieren, ¡nenah! Acá está Pomelo, sí. - retumbó una voz en el pasillo.

Era un hombre de pelo enrulado y campera de cuero, sonriendo de canchero.

- ¿Pomelo? - preguntó curiosamente el emo.
- Sí, soy yo, Pomelo. - Miró al emo. - Ah, sos un hombre. Por los chillidos pensé que eras una hembra gritando por mí, yeah.
- Quiero pomelo.
- ¿Sos un fan? ¿Querés un autógrafo, neneh?
- Quiero dulce de pomelo.
- Eh... no me gusta el dulce. Soy amargo como el café, yeah.
- Te quiero comer...

Pomelo se asustó.

- ¿Pero vos sos puto? Nnno me gustan los hombres... yo soy macho, neneh.
- ¡Quiero pomelo!
- Salí de acá, nene. ¡Asistente! ¡Llevátelo, rapidito!
- ¡¡¡Te quiero comer, pomelooo...!!! - salió el emo corriendo a Pomelo.
- Securities, ¡saquen a este puto de mi vista, yeah!

Llegaron los cuidadores del hipermercado y sacaron al emo del lugar.

- ¡Aaarg!

sábado, 11 de septiembre de 2010

Lágrimas secas

La Muerte emergió de la laguna
y se puso al acecho sobre la loma.
El Gonchi embistió contra ella
y sin titubeos pasó a la eternidad.

(Poema escrito exactamente un año atrás.)

Ayer me hicieron una encuesta de parte de la Fundación Gonzalo Rodríguez. La última campaña de seguridad vial de ellos la protagoniza un osito de peluche con vendas blancas, en vez del típico fiambre ensangrentado rebotando en un habitáculo en proceso de destrucción. No pude responder otra cosa que la imagen que tengo de la fundación es extremadamente buena. Es otro gran legado que nos dejó el Gonchi. Cuidemos a nuestros niños, y ellos cuidarán a los suyos.

- o -

Una vez que publico un artículo en esta bitácora, rara vez lo edito. Pero la situación no daba para escribir un comentario aparte en letra chica. Otro deportista uruguayo apellidado Rodríguez, joven y con futuro, murió un 11 de setiembre tras un choque automovilístico. Diego, futbolista de Nacional, de 22 años, no logró sobrevivir a las lesiones que recibió el lunes pasado y falleció hoy. Y por ironías del destino, esto no pasó en un circuito de carreras, sino en las calles de Montevideo.

El Gonchi sabía que su vida corría peligro cada vez que se subía a la butaca. Pero cuando nos sentamos en los cómodos asientos o sillines de nuestros vehículos, muchos olvidamos que corremos el riesgo de que nos pase lo mismo que a Diego. Ojalá que ambas familias sumen esfuerzos para impulsarnos a detener esta tragedia diaria.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Sabelo todo

Había sido un día bravo en el laburo. Sofía apenas podía protegerse del chaparrón con el techito de la parada de ómnibus. Esperaba, y esperaba. Cuando abrió los ojos, confirmó que el ronroneo que escuchaba era de un auto. Era un sedán de lujo, no el típico Mercedes o BMW gris oscuro, sino asiático de color blanco perlado. El vidrio polarizado de atrás apenas bajó y un "Subite" lo cruzó.

- ¿Sí? - preguntó Sofía.
- ¿Subes? - preguntó amablemente un hombre de unos cincuenta años, de lentes de sol negros.
- ¿Quién sos? ¿Qué querés? - embistió Sofía con toda la confianza del mundo.
- Te estamos buscando, nosotros y ellos. ¿Vienes con nosotros?
- Si no me respondés, no. ¿Qué querés? - insistió.
- Protegerte, informarte y enseñarte.
- Tengo 33 años, posgrado, cuatro idiomas, laburo estable y sé defenderme sola -dijo Sofía tajante-, así que informame nomás mientras espero el ómnibus.
- No es el lugar más seguro. El nuestro lo es.
- No estás informándome, sino ofreciéndome llevarme quién sabe a dónde para evitarme tener que bajar al plancha que se atreva a salir a la lluvia para robarme.
- No precisamente. Ellos también han estado buscándote, y ahora que estoy aquí, puede que no tarden en llegar. Es urgente.
- Si no me decís qué corno es urgente ni por qué, no pienso moverme de acá. -sentenció fastidiada- ¿O vas a llevarme a prepo?

Ella lo miraba desafiante, y él la miraba seriamente.

- ¡Jamás! No es nuestro estilo. O mejor dicho, va contra nuestros principios, Sofía.
- O sea que dicen ser los buenos de la película.
- Por lo menos creemos estar haciendo lo correcto. -exclamó el hombre orgullosamente, y apuntó:- Pero veo que no parece sorprenderte en lo más mínimo que yo sepa tu nombre.
- Cualquier tarado que sepa usar internet puede averiguarlo. - replicó la mujer sin turbarse en lo más mínimo.
- También sabemos que trotas por la costa cada mañana desde el puerto hasta el puente para ir al trabajo. Y sabemos que tu cuenta bancaria tiene 657 mil pesos.
- Genial, saben seguir a alguien y haquear el sistema informático de un banco. ¿Algo más? Allá viene el ómnibus, y dudo que venga otro más. Es tu última chance, dale.

El hombre no se daba por vencido.

- Como desees: sabemos que seguir cruzándote a tu ex novio en el club y que no te reconozca te frustra muchísimo y te quita las ganas de intentar conocer otro hombre cuando sales de noche. Y no digas que lo leímos de tu blog ni de tu agenda personal, porque sabemos que no te atreves a sacar esas cosas de tu cabeza.

Sofía tampoco se dio por vencida.

- Así que son telépatas, clarividentes o como se llame. Fenómeno. ¿Y eso qué me importa?
- Que sabemos que tú también lo eres.

El ómnibus pasó como venía.

- ¿Eh?
- ¿Crees que nosotros...?
- Definitivamente sé que no soy mutante ni extraterrestre ni un experimento militar.
- ¿Pero estás segura de que nunca predijiste algo gravísimo? ¿O soñaste algo que se volvió realidad?
- Si lo primero pasó fue de rebote. Y varias veces logré que un sueño mío se volviera realidad, pero porque intenté con todas mis fuerzas. Y otras veces la realidad fue al revés de lo que soñé. Como le pasa a la liceal que se encaja y al revendedor del estadio.
- ¿Y nunca recordaste un dato que jamás habías leído, oído o visto? ¿Como...?
- ¿Como la cantidad de guita que se robaron los hermanos de la patria el año pasado? Si ellos no pueden con los billetes que se les salen por debajo de la puerta de la mansión, yo desde acá esperando al ómnibus menos.

El hombre estaba confuso. Alcanzó un teléfono de debajo del posabrazos del auto y empezó a teclear velozmente, sin dejar de mirar fijamente a los ojos de la mujer.

- ¿Segura, Sofía? ¿Nunca nada de nada?
- ...
- Sería extraño que hubiéramos fallado en algo tan grande....
- Revisen los signos, que seguro encuentran alguno mal.
- No puedo creerlo. ¿No será que... ellos te encontraron antes?
- Todavía no me dijiste quiénes son ellos, pero igual te aseguro que no.
- Tú sabrás: los malos. Me imagino que no te interesará saber el nombre de ellos.
- Tenés una imaginación bárbara.
- Son lo que son -continuó el hombre, ya un poco irritado por la desfachatez de Sofía-, buscan poder, dominación, destrucción. Nosotros queremos libertad, sabiduría, belleza, felicidad. Nos enfrentamos sin cuartel a varios niveles: empresas, gobiernos, universidades, barrios, en todos lados.
- Me copa. - acotó Sofía sarcásticamente.
- Parece que el universo es demasiado grande para ti, Sofía.
- Al revés: el mío es lo suficientemente grande.

El teléfono sonó y el hombre miró la pantalla. Frunció el entrecejo.

- Así que no te interesa unirte. Pero aunque así lo prefieras, es demasiado probable que terminen encontrándote. Son demasiado poderosos para ti. Como te dije, queremos protegerte, informarte y enseñarte. Si vienes...
- ¿Enseñarme qué?
- ...Te ayudaremos a desarrollar tu potencial a pleno, y usarlo para el bien.
- Si hablás de mis superpoderes, dudo que pueda desarrollar más que adivinar el ganador de Barcelona-Boston River. Siempre y cuando no arreglen el partido.

Ella vio el último ómnibus a una cuadra esperando a la luz verde. El hombre vio que Sofía no podía ni quería hacer nada por la humanidad.

- Bueno, has elegido tu camino. De todas maneras, nuestras puertas seguirán abiertas. Cuando quieras encontrarnos y unirte, Sofía, lo sabremos e iremos a buscarte.
- Nunca lo vas a saber y nunca van a volver a buscarme. No me sigan más. Suerte en pila. - se despidió la mujer sin mirar atrás.

Al hombre le esperaba tener que explicar lo inexplicable a los sabios del concilio: que Sofía no era quien era, y que la búsqueda del fin de la guerra debía continuar por otro camino.

A Sofía le alegró que ni la cercanía ni el cansancio la hayan afectado en lo más mínimo, al menos en lo que importaba. Sabía que "los malos" se enterarían pronto de que "los buenos" habían averiguado que ella no era la buscada. Y sabía que si los malos eligieran confirmarlo por su cuenta, ella lograría ocultárselo a ellos también. Y si llegaban a intentar forzarla, Sofía sabía que bastaría un empujoncito en los sesos de ellos para que todo quede en el olvido.