Con apenas dos experiencias del sistema electoral uruguayo aprobado en 1996, algunos políticos ya querían toquetearlo para beneficio propio. La tercera instancia del domingo pasado demuestra que el balotaje debería quedarse para siempre. No impide que se formen dos bloques partidarios, pero sí evita nefastos bipartidismos. Es fácil imaginar que, si no hubiera segunda vuelta, muy pocos ciudadanos habrían votado al Partido Colorado y aún menos al Partido Independiente.
Eso sí, los votos anulados deberían ignorarse para definir si un partido obtuvo suficientes votos como para ahorrarnos un mes más de campaña electoral. Lo mismo debería hacerse con los plebiscitos: los votos por el sí deberían compararse con los votos válidos y no con los emitidos, como ya ocurre con los referéndums. No puedo imaginar por qué hay criterios distintos, salvo que quienes redactaron las normas querrían evitar victorias en primera vuelta y aprobaciones de plebiscitos.
Ahora no hay más vueltas, el partido se juega entre dos. Me refiero a los canditatos a presidente, porque las únicas responsabilidades del vicepresidente uruguayo son presidir el senado y sustituir al presidente si éste se ausenta, renuncia o muere. Mujica dice que Astori sería una especie de primer ministro si ganan el balotaje. Me quedan dudas sobre si realmente será así: la barra chica haría presión para que el gobierno tome un rumbo bien chavista. No sé si Mujica es capaz de enfrentar esa presión, y por eso no quiero votarlo.
Pero al mismo tiempo quiero que él gane el balotaje, porque Lacalle tomaría un rumbo seguro, certero y (para mí) terrible si él fuera presidente. Así que tengo dos alternativas: tragarme el orgullo y votar a Mujica, o votar en blanco y correr el riesgo de que el veterano líder blanco sea gobernante por cinco años más. Escucho sugerencias.
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Siendo socialdemócrata, me alegra enormemente que el Partido Nacional sea quien haya perdido más bancas en el parlamento. Pero lamentablemente, a falta de contar los votos observados, el Frente Amplio obtendría mayoría absoluta en ambas cámaras y el Partido Independiente quedaría fuera del senado. No soportaría cinco años más de un parlamento sin argumentación, discusión ni negociación entre los partidos.
Al menos, la mayoría frenteamplista será mas ajustada que en la legislatura pasada. Eso incrementaría la gravedad de una eventual ruptura de esa coalición, que para mi gusto es demasiado amplia. Tupamaros, comunistas y afines podrían partir a territorio más izquierdista (¿Asamblea Popular? ¿Un partido más?) si Mujica se mostrara demasiado sensato como gobernante, o si la bancada seregnista se exhibiera demasiado interesada en tratar con los otros partidos para aprobar leyes aceptables a los ojos de un Lacalle presidente. Espero que ocurra la primero, y pronto.
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