Hugo cada vez quedaba más solo en los patios. Como había repetido año en tercero de escuela y había nacido en setiembre, le llevaba medio año a casi todos los de quinto. Pero era de los más flaquitos y petisos, y para los varones eso era sinónimo de debilucho.
Los matones de quienes Hugo había intentado huir aún lo seguían molestando. Cada tanto, lo enfrentaban para amenazarlo con bajarlo a piñas. Casi nunca lo lograban, porque en los pasillos y patios había un mínimo de vigilancia y al tener más clases salían más tarde que él, así que la mayor parte del tiempo lograba evitarlos.
Eso era excepto los lunes. Ese día, Hugo salía recién a la una y media, junto con los de sexto. Por más que el ómnibus llegara justo en hora, siempre había algún minuto de tiempo para que lo acosaran.
Los compañeros nuevos de Hugo lo trataban bastante mejor al principio, porque lo ignoraban en vez de joderlo. Pero dos años después, Hugo aún no había logrado que le charlaran como a uno más. No eran violentos con él, pero los patios se los pasaban rebanando zombies con motosierras y enfrentándose nazis contra comunistas en las computadoritas. Más aún le desagradaba a Hugo meterse a jugar al metro, que era una excusa para reventar las canillas de los demás a patadones, es decir dejarles que ellos se las lastimaran lo suficiente como para quedar dolorido por varios días tras quince minutos de guerra.
Dados, cartas, damas, ludo, ninguno de sus intentos le había servido a Hugo para tener compañía decente en los patios. Incluso cuando algunos de sus compañeros de quinto año llevaban muñequitos de superhéroes y monstruos a la escuela, a él lo trataban de nenito cada vez que intentaba conseguir compañero de juego. Y ni se le pasaba por la cabeza probar suerte con las nenas, porque lo irían a llamar marica o peor.
- o -
Hugo hacía rebotar una pelotita de goma contra el piso y la pared durante una de tantas mañanas primaverales. Era lunes, y siete días atrás la cosa se había puesto brava. Sentía los ojos de los jodones que contemplaban sus huesos tan tentadores, saboreando la amenaza que le tendían. Hugo se ponía más nervioso a cada minuto que pasaba.
Un sonoro golpe lo sobresaltó. Uno de los secuaces del líder había golpeado su puño izquierdo con la palma derecha, sólo para asustarlo. Hugo ojeó lo suficiente como para enterarse de que buena parte del patio estaba apreciando la situación, menos los maestros. Y para colmo de males, se había olvidado de la pelotita, que había rebotado contra una maceta y volado para quién sabe dónde.
Miró para todos lados y no la vio en el suelo. Sospechaba lo peor: que uno de ellos la había agarrado. Tenía plata para conseguir cuantas quisiera y las vendían en cualquier quiosco. No importaba. Esto era por el honor. Hugo los miró de frente.
Reían asquerosamente, pero ninguno tenía cara de poseer el trofeo de guerra. De pronto, arquearon sus cejas a coro, mirando algo que se movía detrás de él. Hugo ni quería darse vuelta y enfrentar lo que fuera que se viniera.
- Tengui.
La voz era de niña, muy fresca. Era Camila, una de sexto que nunca había compartido clase con Hugo y de la que él recordaba más bien poco.
Los matones no se acercaron. De hecho, Hugo ya no los oía.
Ella le tendió la mano con la pelotita. Él dudó, y después la agarró rápidamente. Ella se veía risueña. Él parpadeó, intentando evitar los ojos azules que lo encandilaban.
- ¿A qué estás jugando, Hugo?
- Eh... a picar la pelotita.
Camila miró a Hugo. Parecía esperar una respuesta completa.
- Uso esa línea de las baldosas y la franja celeste de la pared -comenzó Hugo-. Hay que hacer que... que pique primero de aquel lado del piso, después de este lado, contra la parte alta y de nuevo de ese lado pero dos veces. Voy variando. Probá esa.
Ella estaba fascinada. Él mucho más.
- ¿Me mostrás?
- A ver...
La lanzó metiéndole mucha comba hacia atrás. La pelotita no cruzó la raya del piso hacia atrás, sí picó la pared bien, y el segundo pique fue cruzando la raya.
- ¿Puedo ir de nuevo? - preguntó Hugo dudoso.
- ¡Dale! - exclamó Camila.
Fue, vino, rebotó contra la pared, y el piso dos veces del otro lado, pero...
- ¡Casi! ¿Ves? Ahí tenía que picar del lado de arriba de la pared. Probá vos.
Ella la tiró sin pensar y enseguida después de rebotar contra el piso tocó la pared. Ella fue a buscar la pelotita.
- Para que vuelva tenés que hacerla girar así, con los dedos.
- Bueno, Huguito, ¡allá voy!
La pelotita picó de aquél lado de la raya, de éste, y tres veces del otro lado antes de impactar contra la pared.
- ¡Voy otra vez!
Camila tiró la pelota cuatro veces más, mejorando bastante. Le dio la pelotita a Hugo, quien hizo dos veces la jugada a la perfección. Camila probó como cuatro veces más sin que le terminara de salir.
- ¿Podrías poner un desafío para principiantes como yo?
Hugo estaba flotando en las nubes.
- ¿Hugui? - preguntó Camila tratando de hacerlo despertar.
- Ah, sí, claro, Cami. - Cerroó los ojos y los abrió. - Que pique de ese lado de la línea, después contra la pared, contra el piso y contra la pared de nuevo.
- ¡Genial! - chilló Camila de excitación.
En su primer intento, al volver de la pared picó dos veces en el piso y recién después volvió a pegar en la pared. Al segundo intento, cumplió con el objetivo.
- ¡Lo logré, lo logré! - gritó como loca dando vueltas luego. Después corrió hacia Hugo y lo abrazó fuertemente.
Eso lo asustó. Después aflojó y le devolvió el abrazo.
- ¡¡¡Hugo!!!
El bramido le erizó la piel. Blanco como el hielo, dejó de abrazar a Camila y giró extremadamente nervioso.
- ¡A la fila, Hugo! Hace tres minutos que sonó el timbre, ¡apurate! - lo reprendió la maestra.
Unos segundos pues, Camila reaccionó.
- Bueno, chau, ¡nos vemos! - se despidió con una sonrisa risueña. Hugo quedó con la mandíbula desencajada.
Cuando Camila dio la vuelta para irse a su fila, Hugo notó a los matones que reían burlonamente. En segundos se desanimaron, porque su semblante no varió en lo más mínimo.
Ya tenía compañía para enfrentarlos. Ellos cada vez le importaban menos. La salida de hoy sería lo de menos, no lo podrían morder. Mañana, la historia seguiría.
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