Cada año, demasiados alumnos entran a la Universidad de la República Oriental del Uruguay para intentar empezar una carrera profesional y académica. La inmensa mayoría de los estudiantes tiene malos resultados curriculares; recursa los cursos una y otra vez, retara las tareas y una otra vez, reexamina los exámenes una y otra vez, y gran parte de ellos termina desertando de la UdelaRodelU.
Para nadie es sorpresa. Los salones rebozan de gente, olor a pata y aburrimiento. Los estudiandos llegan mal formados del liceo, en particular de los públicos, y a menudo eligen la carrera por descarte. Los profesores son pocos para tantos aprendices, y están mal pagos, poco motivados y peor formados pedagógicamente. Apenas hay rubros para papel, tinta, vidrios y sillas rígidas (y ninguno para sillas ergonómicas).
Al poner pruebas guillotinescas, los educadores no logran sacarse de encima a los educandos. Muchísimos se rinden y abandonan la UdelaRodelU. Los más tercos dan las malditas materias una infinidad de veces, pese a que gastan eternas horas estudiando. Sería más fácil si los enseñadores hicieran aprobar a los estudiandos con pruebas chotas, pero esta teoría es meramente especulativa. Y olvídense del significado de su profesión.
A algún revolucionario se le ocurrió cobrarle la educación al estudiantado rico, y con esa plata incentivar al enseñantado pobre a cursar la UdelaRodelU, conseguir el preciado papelito y desarrollar la menos preciada mas invaluable materia gris. Otros radicales propusieron exigir a los aspirantes superar una simple prueba de conocimiento.
Pero a casi todos los involucrados, esas medidas les suena a herejía, porque menos gente tendría acceso a la UdelaRodelU. Se les chispotea que una universidad debe lograr la mejor formación posible de la mayor cantidad de egresados, no lograr la mayor cantidad de ingresados. Es que entrar a conocer parece importar menos que querer salir conociendo. Y eso que exportamos jóvenes como pocos países.
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