Para guiarnos en la vida, los humanos imaginamos innumerables seres superiores. Tememos el castigo eterno por nuestros pecados, o buscamos alcanzar el paraíso a través de nuestras virtudes, o esperamos pacientemente a que esta vida termine y empiece la siguiente. Vivimos sacrificadamente para agradar a los dioses, o les agradecemos disfrutando al máximo lo que los dioses nos regalan, o creemos que nada que hagamos les hará cambiar de opinión sobre nosotros.
O creemos que estos seres superiores no existen, o reflexionamos sobre si existen o no, o descartamos que seamos capaces llegar con certeza a una conclusión. Yo entro en el casillero de los apateístas: la resolución del misterio de la existencia o no de seres superiores nos es irrelevante. Dicho en criollo, nos chupa un huevo.
Tal vez el Dios de los cristianos exista, tal vez haya dioses latinos que protagonizan telenovelas celestiales e infernales, tal vez exista el unicornio rosado invisible o el monstruo spaghetti volador, tal vez seamos un montón de bits en una computadora, tal vez estemos divagando en pleno sueño (*1), no lo sé. Tal vez los humanos tengamos la capacidad de saber la verdad, tal vez no, no lo sé. Pero más importante que no saberlo, no me importa en lo más mínimo.
No tengo mandamientos ni dogmas que cumplir. Lo que venga cuando me muera ni lo espero ansiosamente ni lo temo desesperadamente. Cuando ocurra, veré lo que pase. Mientras, voy a hacer lo que me parezca y vivir como se me cante. En mi caso, consiste en una mezcla de deseos y deberes. A veces me doy gustos, a veces trato de ayudar y hacer felices a los que me rodean. A veces lo logro sin intentar, a veces lo intento y no lo logro. Así me va, así voy.
(*1: Jackie dixit: "y va en vaaarias salas".)
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