Mi mano, que quede claro. El domingo pasado perdió mi precandidato a presidente, y ahora me toca elegir entre nada menos que el Pepe y el Cuqui. Con "ahora" quiero decir noviembre, por supuesto, porque mi voto en las elecciones parlamentarias de octubre está firmemente depositado en el Partido Independiente. Pero realmente no sé que haré en el balotaje.
Tampoco es que crea que el vencedor desatará una catástrofe descomunal durante su mandato. Eso no quita que ambos me disgusten muchísimo. De Lacalle no preciso decir mucho: yo soy socialdemócrata, él es conservador y libremercadista (o neoliberal, si prefieren). En verdad, no sé qué esperar de Mujica. Es que el miedo me lo genera parte de su entorno cercano, que es un poroto al lado de Asamblea Popular pero que también desea -a mi juicio- destruir varios logros del país.
Por eso, Astori está haciendo tiempo negociando cargos para sus aliados, que implicarían una política económica decididamente sensata. Porque si él aceptara la postulación a la vicepresidencia sin vueltas, los ciudadanos como yo desconfiaríamos de las intenciones de Mujica de seguir los pasos de Brasil y Chile en lugar de los de Venezuela. Eso sí, aunque Astori logre imponer sus condiciones, aún no descarto elegir a ninguno como presidente y resignar la decisión a manos del resto de los uruguayos.
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