La madrugada del miércoles 14, salté de golpe de la cama recordando este sueño y corrí a la computadora para escribirlo. En realidad, el sueño va hasta la mitad. Lo poco que recordaba de la segunda parte del sueño no enganchaba con nada y preferí inventar todo casi de cero. Sí recordaba la parte del videojuego, y la metí como pude recordarla.
Dejé madurar el cuento un día entero sin tocarlo, así me ahorré el trabajo de tener que pulirlo yo. No puedo decir que este segundo cuento autitista sea un NaBUrean Prodooktionz Originalz (el primero tampoco lo es). Pero quien roba a dos ladrones (yo de ideas, ellos de guita), tiene doscientos años de perdón. Que mis recontranietos se manejen. Como sea, ¡segunnnda!
- o -
Así que estábamos en la Matriz. Corríamos por callejones mugrientos y nos metíamos en edificios destartalados de un barrio bravo de la Ciudad, perseguidos de cerca por unos cuantos Agentes aunque no demasiado rápidos. Xandra se encargaba de despistarlos sin dejar de hablar crípticamente por teléfono celular, averiguando cómo hacerme volver al mundo real. Hasta media hora atrás, apenas había imaginado en mi vida que este mundo no fuera lo que es.
Ella tenía unos treinta y largos años, pero yo casi babeaba cuando le miraba la ropa negra ajustada al esbelto cuerpo. Ya había demostrado que éste le bastaba para neutralizar a los Agentes y trepar por cualquier lado, y los infinitos chiches en los bolsillos parecían sobrarle. En una le comenté "vos desafiás las leyes de la física", a lo que contestó "me chupan un huevo". Pero yo hace años que no hacía ejercicio alguno y no estaba para estos trotes. De pronto, la mina se agachó detrás de un contenedor y me hizo señas de que la imitara.
- Parece que los Agentes nos perdieron el rastro, menos mal que son medio nabos -empezó a explicar Xandra rápidamente en voz baja.- Me dicen de afuera que la única salida que hay a la vuelta está dentro de ese edificio. Es un manicomio extremadamente peligroso, no es joda, me contaron que varios se nos perdieron ahí adentro. Tenemos que ir hacia el sótano del fondo y encontrar la salida rápido...
- ¿Y qué es una salida? -la corté.
- Es un teléfono. Suena, lo atendemos (uno por vez) y salimos al instante -respondió Xandra.
- Si vos decís...
Xandra se sacó los enormes lentes negros y me miró a los ojos.
- Prestá atención: cuanto más tardemos ahí adentro, nos enlenteceremos y nos olvidaremos de lo que tenemos que hacer y correremos peligro de quedarnos ahí por siempre. A menos que alguien se arriesgue a rescatarnos. Y de ahí a recuperarse es otra cosa. Te necesitamos afuera desesperadamente, no te podemos perder. No te voy a dejar acá.
Tragué saliva nerviosamente.
- Acordate: tenemos que correr y no dejarnos detener por nada ni nadie hasta encontrar la salida. No tenemos que soltarnos de la manos por ningún motivo, o no me vas a encontrar más, porque los pasillos cambian todo el tiempo. Este celular no va a tener señal, tendremos que arreglárnoslas solos.
- ¿Y, este, no hay nada mejor? ¿No podemos ir a otro barrio a buscar una salida? -pregunté aterrorizado por la descripción que me hacía.
A media cuadra, donde había un chiquilín que jugaba con un avioncito apareció un Agente con pinta de inteligente. Giró la cabeza hacia nosotros, aunque no nos veía en nuestro escondite. Era un barrio muy salado. Acepté. Se puso de nuevo los lentes. Sigilosamente nos acercamos a la puerta y nos metimos.
Parecía un laberinto, con pasillos larguísimos y habitaciones con un montón de puertas. Todo era gris. Creía que mi sentido de la orientación era bueno, pero sentí que al entrar a una habitación cruzábamos un lugar donde antes había creído ver un pasillo.
- Pah, es un infierno esto. -dije. Xandra me apretó más fuerte la muñeca.
En todos lados había locos, siempre quietos o moviéndose muy lentamente, mirando perdidamente la nada. Estaban vegetales. Esperaba que no nos metiéramos en una zona de enfermos de los agresivos. Atravesamos rápidamente un montón de habitaciones y parecía que ahí vivía un pueblo.
- Venimos bien, la salida está por este lado, estoy segura.
Llegamos a unas escaleras y bajamos dos pisos. Seguía habiendo ventanales traslúcidos, pero sentía más oscuridad. Nos metimos en más pasillos y bajamos más escaleras sin detenernos.
- Puta, loco, es peor que... lo que me habían contado. -Si Xandra hablaba agitadamente, yo callaba para no perder fuerzas.- Pero sé que estamos... casi... por llegar. Al menos los Agentes... no se atrevieron a entrar.
Algunas puertas estaban trancadas y seguíamos dando vueltas. Algunas personas empezaron a tratar de agarrarnos. Las empujábamos fácilmente, pero perdíamos ritmo.
- ¡No te sueltes! Seguime, está... por acá... ¡Dale, no aflojes!
Noté que ella empezaba a dudar al elegir la ruta. Yo estaba casi sin aliento. Es verdad que las personas nos miraban raro, pero eran inofensivas y en general no molestaban. Quería parar un minuto a respirar, pero la mina me aferraba y cinchaba de mí hacia adelante.
- Aguantá un... cacho, no doy... más -le dije, y paré.
- ¿Estás loco, m'hijo?, ¡movete!
- Estoy liquidado. ¿Qué apuro hay? Hace minutos que no veo a nadie.
- ¡Pero la gran...! -exclamó en un susurro al tiempo que me tapó la boca y se arrojó conmigo debajo de un escritorio.
Sonaron pasos que movían las tablas del piso. Una mano gorda agarró de los pelos a la mina y la arrastró hacia un pasillo. Ella forcejeaba y arañaba al secuestrador, pero la gruesísima capa de grasa y su puro peso lo hacían inmune.
- ¡No me puedo soltar! ¡Andá hacia abajo y encontrá un teléfono que suene! Movete, salvá tu vida, no te olvides, por favor, sos muestra esperanza. Yo me encargo de zafar de ésta. ¡Salí de acá!
Cuando el tipo gordo se fue con ella, me paré y tomé un buen bocado de aire. Pero no estaba con fuerzas para continuar adelante. Me senté en un sillón con dos personas más. Estaban con un jueguito de ciclismo, pedaleando con sus manos, mirando una pantalla grande. Me quedé un rato mirando cómo jugaban. Les pedí que me dejaran probar un turno. Me enganché y pedaleé varias horas. Le di el control al tipo al que se lo había sacado. Me acerqué a un ventanal y me recosté contra él.
- ¡¡¡Al fin!!! -gritó una mujer vestida de verde manzana que apareció en el salón, muy agitada y tensa pero con una sonrisa enorme.
Cinchó de mí y no pude evitar que me levantara y llevara por una puerta hacia una escalera. Bajamos y seguimos corriendo un buen trecho recorriendo pasillos y entrando y saliendo de habitaciones, hasta que llegamos a lo que parecía un despacho. Había un bulto enorme bajo unas sábanas ensangrentadas. Sonó un teléfono sobre el escritorio.
- ¡Levantá el tubo, dale! -me dijo la mujer.
Lo levanté y de pronto estaba al aire libre. Hacía un frío polar y la piel me quemaba como nunca. Estaba desnudo y húmedo. Una cálida mano me palmeó suavemente el pecho y abrí los ojos. Detrás de la mina, una nave grande como una casa posaba rodeada de una tormenta furiosa.
- ¿Estoy vivo? -pregunté y la abracé.
- Si te apurás, sí. -dijo con los ojos llorosos y una triste sonrisa.- Ya vas a tener tiempo para mirar alrededor, metete y vamos.
Acariciándola me topé con un enchufe de metal en su nuca. Llevé la otra mano a la mía y había algo igual. Recordé que se llamaba Xandra. Recordé quién era yo. Trepé a la nave. cerraron la puerta y la máquina despegó del suelo.
- Maté al tipo que me agarró, pero me quedé en blanco. Casi sin querer atendí el teléfono y salí. Volví a entrar para traerte.
Miré hacia afuera de la nave y me vinieron arcadas. La vista era peor que la peor pesadilla después de hacer un trasnoche de martes 13 mirando películas de terror a oscuras. No recordaba sentirme tan mal en mi vida. No me atrevía a hablar.
- Las sensaciones son distintas, date tiempo y te vas a acostumbrar. Cuando lleguemos a la fortaleza te explicaremos todo esto. Pero tenemos que festejar, estás a salvo y nos vas a dar una mano enorme. ¡Bienvenido!
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