Por ser un deporte extremadamente caro y peligroso, exigente con el físico y (en sus orígenes) sucio, el automovilismo ha sido casi siempre territorio vedado para las mujeres. No es que no haya habido valientes y atrevidas pioneras a lo largo de las décadas, pero la proporción ha sido históricamente desproporcionada. De hecho, las mujeres gloriosas se cuentan con los dedos de una mano: la francesa Michèle Mouton ganó cuatro carreras del Campeonato Mundial de Rally y la subida al Pikes Peak en 1984 y 1985; la alemana Sabine Reck fue vencedora en las 24 Horas de Nürburgring de 1996 y 1997; su compatriota Jutta Kleinschmidt se llevó el Rally Dakar 2001... y paremos de contar.
Para satisfacción de feministas, para alegría de innumerables fierreros babeantes y para horror de ciertos puritanos recalcitrantes, el automovilismo ha ido recibiendo en los últimos años crecientes camadas de pilotos mujeres. Es natural que así sea, porque es uno de los pocos deportes en que hombres y mujeres pueden competir entre sí con total igualdad. Por ejemplo, Vanina Ickx, Katherine Legge, Susie Stoddart y María de Villota han participado del Deutsche Tourenwagen Masters, y Natacha Gachnang estará este año en el Mundial de GT1.
Natacha Gachnang, Simona de Silvestro, María de Villota, Carmen Jordá, Lucie Panackova y Alessandra Neri prueban un Fórmula 3 en Cheste en diciembre de 2007
Del otro lado del Atlántico, la camada de pilotos mujeres es mucho más numerosa. En la propia IndyCar Series vienen compitiendo Milka Duno, Sarah Fisher y Danica Patrick, en orden creciente de éxito. Duno es sencillamente patética; Fisher decidió armarse un equipo propio para asegurarse de poder competir algunas fechas; y Patrick comenzó su lento traspaso a la Nascar el mes pasado, pilotando distintos stock cars en el óvalo de Daytona. Pero la presencia femenina en la grilla de partida de Indianápolis está lejos de peligrar: cada vez más mujeres de todos los rincones del continente están haciendo camino hacia allí al competir en distintas categorías formativas de América del Norte. Y las americanas no son las únicas.
Antes de pasarse al DTM, la británica Legge había sido tercera en la Fórmula Atlantic en 2005 y había competido en la Champ Car en 2006 y 2007. La suiza Simona de Silvestro, la británica Pippa Mann y la española Carmen Jordá han seguido su camino: abandonaron el Viejo Continente en 2006, 2009 y 2010, en búsqueda de butacas de monoplazas potentes en América del Norte. Habiendo dejando atrás la Fórmula Renault 3.5 y el Open Europeo de Fórmula 3, Mann y Jordá competirán este año en la Indy Lights. De Silvestro se había salteado etapas y participado de la Champ Car en 2007. Retrocedió a la Fórmula Atlantic para ganar experiencia: se llevó un triunfo en 2008 y con cuatro casi conquista el campeonato 2009. Este año hará la temporada completa de la IndyCar Series con el equipo HVM.
Ojalá que las mujeres pronto puedan demostrar que sentadas en autos competitivos pueden luchar a la par con los hombres en esas categorías. Y ojalá que pronto veamos minas calzándose el buzo antiflama también en Mónaco, el Gálvez y El Pinar. Pero sólo si son buenas.
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Quien no le guste esto, dos platos.
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