Volviendo de un cumpleaños en auto, se me ocurrió visitar mi familia materna, que los domingos suele almorzar y pasar la tarde juntos en lo de mi abuela. Otros pasajeros sospecharon que todos se habrían ido de la reunión porque ya estaba anocheciendo. No querían dejarme plantado ahí, ni esperar a que yo entrara para preguntar cuántos quedaban. Como en el trayecto pasaríamos por enfrente a la casa, se me ocurrió que podía mirar cuántos autos había en la entrada. Si había muchos, me quedaba; si había pocos o ninguno, seguía viaje a casa.
Enseguida pensé que por ley de Murphy, como tenía muchas ganas de ver a mis familiares, no iba a haber autos en la entrada y me quedaría sin visitarlos. Como dije esa reflexión en voz alta al resto de quienes íbamos en el auto, me di cuenta de que por ley de Murphy mi suposición no se cumpliría, o sea sí habría autos en la entrada. También se me pasó por la cabeza que podría haber muchos familiares y pocos autos en la entrada. Decidí ignorar mis suposiciones murphísticas y seguir con el plan original.
Cuando llegué a casa me di cuenta de que la ley de Murphy había funcionado a la perfección. Al cruzar por la casa de la abuela, directamente me olvidé de fijarme si había autos. Por intentar descifrar la ley de Murphy, ella me cagó doblemente.
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